Estos días, desde que el martes 5
de marzo, Maduro informó que Chávez había fallecido, me he sentido en profunda
reflexión.
La noticia me agarró terminando
el día, trabajando con un cliente, y al día siguiente, como no estaba claro
cuáles eran los lineamientos ni cuáles serían las decisiones que se tomarían,
nos dirigimos a su oficina, donde estaba pautada una nueva sesión de trabajo
para continuar con la actividad del día anterior.
Al llegar al edificio de
inmediato sentí la desolación: en la puerta, en las paredes, en el ascensor, en
los pasillos… y me golpeó la tristeza de todos... en sus posturas, en sus
camisas rojas algunas y negras otras, en sus rostros, en su caminar, en sus
miradas y en sus voces apagadas.
Llegó una muchacha vestida de
negro, sumida en su tristeza y claramente sorprendida por una noticia que no se
esperaba, y nos informó que todos se irían a una concentración en conmemoración
por la muerte de Chávez.
Al rato llegó otra, y en medio de
la conversación, como pensando en voz alta, dijo "Yo realmente pensaba que
se iba a curar"... Este sentimiento
de sorpresa y tristeza y desolación que se repite en tanta gente que
genuinamente sentía y creía que su Comandante-Presidente iba a durar por
siempre... Esa frase quedó retumbando en mí y ha permanecido estos días... Si bien, Chávez estaba enfermo, y se había
informado por distintos medios durante varios meses, una parte del país, se
aferró a la esperanza y sólo escuchó que aún seguía con vida…
Recuerdo mi profundo dolor cuando
murió mi papá y era yo apenas una adolescente de 17 años. Falleció de de manera repentina
en un accidente y yo sentí que me había quedado sin piso. Era una niña y nunca en mi familia habíamos
hablado de la muerte, y mucho menos de la muerte de alguno de nosotros. Mi papá era mi ídolo, lo admiraba y lo amaba
como a nadie. Recuerdo que durante mucho
tiempo, yo no quería ir a ninguna parte sin él y recuerdo que fue necesario para mí aprender
a vivir sin su directriz, sin escuchar su voz ni sentir su compañía,
y a ser fuerte para poder continuar sola.
Con la muerte de Chávez, tenemos
un pueblo, o una gran parte de él, que siente que se ha quedado huérfano de repente. Y en este momento necesitamos estar juntos y
abrazarnos desde el consuelo para poder seguir adelante, dándonos cuenta que este
pueblo necesita aprender a vivir aunque el “papá” ya no esté.
En este momento siento que somos un país huérfano y adolescente, y tenemos la oportunidad de comenzar a madurar y crecer juntos y
unidos, de manera genuina.
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