domingo, 10 de marzo de 2013

Cuando No Esperamos la Muerte


Estos días, desde que el martes 5 de marzo, Maduro informó que Chávez había fallecido, me he sentido en profunda reflexión.

La noticia me agarró terminando el día, trabajando con un cliente, y al día siguiente, como no estaba claro cuáles eran los lineamientos ni cuáles serían las decisiones que se tomarían, nos dirigimos a su oficina, donde estaba pautada una nueva sesión de trabajo para continuar con la actividad del día anterior. 

Al llegar al edificio de inmediato sentí la desolación: en la puerta, en las paredes, en el ascensor, en los pasillos… y me golpeó la tristeza de todos... en sus posturas, en sus camisas rojas algunas y negras otras, en sus rostros, en su caminar, en sus miradas y en sus voces apagadas.

Llegó una muchacha vestida de negro, sumida en su tristeza y claramente sorprendida por una noticia que no se esperaba, y nos informó que todos se irían a una concentración en conmemoración por la muerte de Chávez. 
Al rato llegó otra, y en medio de la conversación, como pensando en voz alta, dijo "Yo realmente pensaba que se iba a curar"...  Este sentimiento de sorpresa y tristeza y desolación que se repite en tanta gente que genuinamente sentía y creía que su Comandante-Presidente iba a durar por siempre... Esa frase quedó retumbando en mí y ha permanecido estos días...  Si bien, Chávez estaba enfermo, y se había informado por distintos medios durante varios meses, una parte del país, se aferró a la esperanza y sólo escuchó que aún seguía con vida…

Recuerdo mi profundo dolor cuando murió mi papá y era yo apenas una adolescente de 17 años. Falleció de de manera repentina en un accidente y yo sentí que me había quedado sin piso.  Era una niña y nunca en mi familia habíamos hablado de la muerte, y mucho menos de la muerte de alguno de nosotros.  Mi papá era mi ídolo, lo admiraba y lo amaba como a nadie.  Recuerdo que durante mucho tiempo, yo no quería ir a ninguna parte sin él y recuerdo que fue necesario para mí aprender a vivir sin su directriz,  sin escuchar su voz ni sentir su compañía, y a ser fuerte para poder continuar sola.

Con la muerte de Chávez, tenemos un pueblo, o una gran parte de él, que siente que se ha quedado huérfano de repente.  Y en este momento necesitamos estar juntos y abrazarnos desde el consuelo para poder seguir adelante, dándonos cuenta que este pueblo necesita aprender a vivir aunque el “papá” ya no esté.  

En este momento siento que somos un país huérfano y adolescente, y tenemos la oportunidad de comenzar a madurar y crecer juntos y unidos, de manera genuina.  


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